¿Trabajar más nos hace mejores?
El culto a la productividad:
¿Trabajar más nos hace mejores?
Suena la alarma a las 5:30 a.m. Aún es de noche, pero ya estás respondiendo correos, revisando pendientes, planificando reuniones. Tomas café mientras escuchas un podcast sobre cómo “optimizar tu mañana”, y más tarde leerás un artículo sobre cómo lograr más en menos tiempo. El día apenas empieza y ya sientes que vas tarde. ¿Te suena familiar?
Estamos inmersos en una cultura que venera la productividad como si fuera una virtud moral. Cuanto más haces, más vales. Pero... ¿trabajar más realmente nos hace mejores personas? O, mejor dicho, ¿mejores en qué sentido?
¿De dónde viene esta obsesión por producir?
El culto a la productividad tiene raíces profundas. En su origen, está la ética protestante del trabajo, que Max Weber describió como la base del capitalismo moderno: trabajar duro era visto como señal de virtud y redención. Más tarde, con la Revolución Industrial, el tiempo se convirtió en dinero, y la eficiencia en el estándar de éxito. Las personas pasaron de medir su valor por lo que eran a medirlo por lo que hacían.
Hoy, en la era digital y del emprendimiento, la productividad se ha convertido en una identidad. Ya no basta con cumplir: hay que destacar, innovar, rendir al máximo... todo el tiempo. Las redes sociales refuerzan esta idea con frases como “mientras tú duermes, otros trabajan” o “hustle until you make it”. Descansar se ve casi como una debilidad.
El costo silencioso del rendimiento constante
Trabajar más tiene un costo, y no solo en horas. Tiene un impacto directo en la salud mental, el equilibrio personal y las relaciones. Según un estudio de la Harvard Business School, el exceso de trabajo está relacionado con mayores niveles de ansiedad, depresión y agotamiento emocional.
Y sin embargo, muchas personas sienten culpa al tomarse una tarde libre. Como si descansar fuera traicionar un mandato invisible.
La psicóloga Sharon Glazer, experta en estrés ocupacional, afirma que la constante presión por rendir “afecta no solo el bienestar individual, sino también el clima social en el trabajo, erosionando la empatía y fomentando la competencia tóxica”.
Además, el tiempo que dedicamos a trabajar más, muchas veces lo restamos a lo que nos humaniza: conversaciones sin prisa, tiempo con familia, hobbies sin propósito productivo. Perdemos contacto con nosotros mismos y con los demás.
¿Más trabajo = más valor?
No hay duda de que el trabajo puede ser una fuente de propósito. Nos conecta con metas, logros y comunidades. Pero cuando se convierte en el centro absoluto de nuestra identidad, corremos el riesgo de reducirnos a lo que producimos.
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, sostiene que el sujeto actual ha dejado de ser explotado por otros y se explota a sí mismo en nombre de la eficiencia. “Vivimos bajo el imperativo del rendimiento, creyendo que podemos con todo, hasta que nos rompemos”.
En contraste, autores como Carl Honoré, en Elogio de la lentitud, abogan por una revolución de la velocidad: desacelerar para reconectar con lo importante. Honoré no propone dejar de trabajar, sino trabajar mejor, con más conciencia y menos automatismo.
Replantear la productividad: un acto de valentía
Quizá la pregunta no es si trabajar más nos hace mejores, sino qué significa ser “mejores”. Si lo entendemos como ser más conscientes, más plenos, más humanos… entonces la productividad debe estar al servicio de esa visión, no al revés.
Repensar nuestra relación con el trabajo no implica renunciar al esfuerzo, sino desafiar la idea de que el descanso es improductivo. A veces, parar también es avanzar. La pausa no es una amenaza al crecimiento; puede ser su raíz.
Conclusión: Redefinir el éxito personal
No somos robots diseñados para producir sin parar. Somos seres complejos, con emociones, límites y necesidades más allá del rendimiento. Valemos por lo que somos, no solo por lo que hacemos.
El verdadero éxito no debería medirse solo en resultados, sino también en la calidad de vida que construimos. Porque al final, trabajar más no nos hace mejores si olvidamos por qué empezamos a trabajar en primer lugar.
Quizá, ser mejores personas empieza por aprender a soltar, descansar y vivir con propósito.
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